lunes, 12 de septiembre de 2011

2.4- EL proyecto posrevolucionario: la base del estado moderno

Con la caída del régimen de Díaz sobrevino el colapso del México moderno, progre- sista, científico, cosmopolita, simultánea­mente mes­tizo y nacionalista, que el por­firismo ima­ginaba y las Fiestas del Centenario expusieron tan entusiastamente. A ello siguió un rápido proceso de negación y distorsión historiográfica que caricaturizó al régimen de Díaz como una superestructura elitista que descansaba sobre bases frágiles y tambaleantes, cuyo proyecto de nación era no sólo ficticio e ilusorio, sino efímero y pasajero.

La década siguiente (1910-1920), mar-cada por la guerra civil y luchas partidistas, generó una mitología de construcción nacional alternativa y más poderosa que negaba las que consideraba ficciones, fantasías, falsedades y falacias del modelo porfiriano. El Estado post-revolucionario, consciente de su papel en la construcción del Estado y la nación, negó y denigró la contribución del porfiriato y logró persuadir a México (y a más de tres generaciones de historiadores) de que los orígenes del México moderno se encontraban en la Revolución misma.

No es sino hasta tiempos relativamente recientes que se ha revisado ese poderoso mito de una construcción nacional exclusiva­­mente revolucionaria y post-revolucionaria. El desarrollo del nuevo ambiente político que desafió la gastada retórica de reforma social y redistribución económica propagada por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), culminó, a nivel nacional, en julio del 2000 con la primera derrota electoral del que fuera partido estatal durante 71 años. Sería alentador pensar que las bases para esa transformación radical de la política nacional se encontraban en cambios de enfoque y estilo historiográfico entre historiadores profesionales (tanto dentro como fuera del país), pero eso equivaldría a asumir, con excesiva inocencia, que los historiadores tienen más poder e influencia que los que en realidad tienen.

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